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Salí corriendo de aquella habitación. No me podía creer las palabras que acaba escuchar.
Corrí y corrí, por el medio del campo entre todos esos charcos de barro llenándome de él hasta la cintura. Seguí corriendo hasta que mi respiración se hizo costosa y paré y me di cuenta de que estaba llorando…
“Inspira y espira” me repetía una tranquila voz en mi cabeza. Me senté en la mitad de la nada, al lado la cuerda que cercaba la parte de prado que correspondía a los caballos. Mientras las lágrimas caían como pocas veces lo habían hecho me dedique a mirar al Moro, un caballo negro, bajo pero robusto, un ejemplar precioso.
Era lo que llevaba haciendo desde que tengo memoria. Cada vez que me reñían, cada vez que algo iba mal, corría campo a través, entre los maizales y me sentaba tranquilamente a ver a los caballos. Intentando aclarar mis ideas, intentando sentirme mejor…
Esta vez era diferente… por primera vez alguien importante para mi conocía mi rincón secreto, mi pueblo perdido pero para nada… para acabar huyendo otra vez entre la hierba.
No me podía creer las palabras que acababan de salir de su boca, el rencor que desde alguna parte de su alma había salido a relucir, el poco amor que reconocía en su mirada…
Quizás los dos habíamos actuado de la peor manera, guiados por el corazón habiendo encerrado la razón en una oscura cárcel de gordos barrotes. Uno de nosotros había cedido a demasiadas cosas y el otro a nada… uno de nosotros había desaparecido con tal de complacer al otro.
Pero el amor no es eso, el amor es lograr puntos medios. Tomar las decisiones juntos, cediendo unas veces uno y otras, otro.
No consiste en no hacer cosas porque al otro le moleste sino, a veces, que la otra persona se sacrifique y, al contrario. Consiste en hacer cosas que no nos gusten por el bien del otro. Consiste en el equilibrio.
Lo siento si me puse esa venda, siento si te la puse a ti de paso y siento que hoy esté llena de barro mientras observo a uno de los caballos más bellos que he visto nunca. Siento que esto no resultara como lo planeé, como lo planeamos pero amor, lo prefiero.
Aprendemos juntos, caemos juntos, nos levantamos juntos… aunque esta vez… costará… porque me siento rota… porque esa mirada me ha dolido más que cualquier palabra que pudieras decir, porque rompió mi corazón…. Porque no sé qué salida coger…
Y entonces una mano me toco el hombro, la mano siempre sabia… esa salvadora de cada lágrima que allí había dejado caer… con sus achaques siempre salía en mi búsqueda, se sentaba a mi lado y me daba aquellos consejos que nunca otra persona podía dar.
“Te noto herida como te llevo notando tantos años. Eres una persona fuerte, a veces te pones una gran coraza para que nadie vea cómo estás realmente… pero… cada vez que vienes aquí… lo sueles hacer porque algo no va bien… porque aunque te empeñes en decir que todo va bien, solo cuando dices eso, sé que algo va realmente mal. Pocas veces te he visto tan feliz como cuando le miras a él… y he visto el amor que cada poro de su piel rezuma por ti. No sé qué problema habéis tenido, no sé el motivo de la discusión… pero mírame y dime que no le quieres y te dejaré marcharte… mírame y dime que le quieres… y sabrás lo que debes hacer… como desde cuando tenías 6 años y te ocupabas de todos.”
Me quedé embobada… muchas veces había escuchado y seguido sus consejos… pero pocas veces la había visto hablar con tanta pasión, con tanto sentimiento…
“Le quiero… pero dudo que él me quiera, que me pueda perdonar todo lo que he hecho de forma incorrecta. Le traje aquí porque es mi lugar, es mi forma de desconectar… porque sueño con poder recorrer el camino que lleva desde tu casa a la Iglesia totalmente vestida de blanco y porque pensé que él podría ser el que me esperase en el altar”
En ese momento, una voz que podía haber reconocido hasta en el más remoto de los lugares y en el más profundo de mis sueños me contestó:
“A veces es el miedo el que habla. A veces confundes ese miedo con furia y la llevas a límites que no deseas llevar. Generalmente esa furia es contigo mismo por tener miedo, tratas de separarte pero luego el querer no te permite irte… y a veces esos ataques de miedo, te atacan cuando ves que esa persona está desnudando su alma por completo ante ti… y te bloqueas, mientras tu ira sale al exterior y la hieres, hiriéndote a ti mismo a la vez.
Te quiero, siento todo lo que he dicho. Sé que cuando nos enfadamos tendemos a decir todo aquello que pensamos pero que no queremos decir pero es que yo no pienso lo que he dicho… no sé por qué salieron de mi boca esas palabras… nunca me he sentido más pobre que al verte romperte por dentro y salir corriendo… lo siento…
Y estaría encantado de esperarte cuándo quieras, en el altar de esa preciosa Iglesia”

Las lágrimas volvían a correr por mis mejillas, pero esta vez de felicidad. Yo no sé que tiene ese sitio pero supongo que nos pone las emociones a todos a flor de piel. Me levanté de un salto, y me tiré a ti.

Mientras mi ángel de la guardia, desaparecía en el aire como el recuerdo de aquella luz que me guió siempre cuando lo necesité