Silencios


Odio los papeles en blanco, las palabras sin decir, los silencios rellenos de palabras torturadas en una garganta. Odio las miradas sin sentido o sin el sentido correcto. No necesito gafas para ver las cosas que quiero ver pues con mi simple imaginación puedo volar a donde yo quiero y, a veces me pregunto si esa cualidad no es mi mayor desgracia.Me pregunto si no habré aprendido a volar demasiado, a soñar con los ojos abiertos, a esperar que la realidad llegue a tal nivel que no me haga falta cerrar los ojos y si ya ha llegado ese momento en que no diferencio entre fantasía y realidad.Los silencios pueden arruinarlo todo, un silencio a tiempo nos salva, pero un silencio descuidado nos daña, nos deja la huella de esa herida permanente que se hace más profunda cuando nos damos cuenta de que no suele ser tan difícil alzar la voz.No me malinterpretes… en mi cara reina una sonrisa quizás el premio de haber conseguido que esta casa, hoy, se llenara de risas, lágrimas y conversaciones pero… dame dos días más… la sonrisa seguirá ahí puesta porque te puedo asegurar que nunca la verás desaparecer. Ahora sí, si un árbol cae en medio del bosque y no hay nadie cerca… ¿hace ruido al caer?Es decir, si al cerrar la puerta de mi casa, si al volver a la soledad de mi sofá, mi sonrisa descansa en el marco de la puerta… ¿importa?Tan solo se la lleva el silencio, en cuanto la palabra reina en el aire… ella vuelve atraída por la sonoridad, atraída por la compañía, atraída por el tierno abrazo de una mirada…No hace falta decir que fantasía o realidad, es la vida la que impulsa las manillas del reloj, con palabras o silencio, con abrazos o despedidas, con besos o puñetazos, con latidos o con el silencio más profundo de todos… siempre hacia delante, nunca estancada… buscando motivos hasta en el silencio más profundo para demostrar al mundo que aquí hay una sonrisa.

Bola 8


En algunos momentos nos aferramos a aquello que no tiene lógica para intentar creer en lo que sabemos que no es real. 
Cogemos una moneda y la lanzamos al aire, esperando que sea ella la que decida la realidad, esperando que nos diga lo que queremos oír como aquella margarita que al deshojarla pierde su belleza para iluminarnos con una sonrisa la cara y, si sale lo contrario, ¡cogemos otra!



Como esa bola 8 a la que le preguntamos preguntas tontas y ¡acierta!... entonces vamos a por la importante y queremos creer que, si lo que dice es positivo, que tiene razón y, si por el contrario recibimos aquella respuesta que no queremos oír, que vaya tontería.




Pero en muchos momentos no es cuestión de suerte, de azar pero tampoco de decisiones y verdad, sino que es cuestión de impulsos ya que, en realidad, vivimos por estímulos, por pensar y actuar pero, muchas veces, actuar sin pensar y, resulta, que muchas veces dejar al comecocos apagado hace que disfrutemos más del minuto vivido






Celebraré este día, lo apreciaré cuando de verdad entienda el significado del amor. Creí amar, creí querer pero cuando lo haces de verdad no odias, no te desquicias, no te enfadas… ¿o sí? Si.

 Diría un te quiero a esa persona pero… ¿sería real? Quiero decir, todo este tiempo escondido en mi cabeza, todo este tiempo en que uno trata de engañar a todos… ¿será importante si queremos esconderlo?

Unos dicen que sí, que lo realmente importante lo guardamos como un tesoro del que queremos ser únicos poseedores, otros creen que, al contrario, lo que realmente te importa, lo que te inunda, ese calor, ese nerviosismo al mirar a los ojos de la otra persona… te crea la imperiosa necesidad de gritarlo a los cuatro vientos, celebrarlo y apreciarlo.

 No se necesita ninguna excusa para amar pero cualquiera sería buena… no esconderse, no guardarse entre cuatro paredes y dentro de ellas en esos dos brazos… porque en el amor como en la verdadera amistad se necesita contacto, una caricia, un abrazo, un beso… y quien diga que la distancia es fácil, llevable, posible… le diré que, amigo mío, no es verdad… La distancia aunque sea cercana mata toda clase de relaciones, antes o después…

Un bebé si no recibe contacto de ningún tipo, si se da el caso de que no reciba ningún tipo de amor… muere… ¿Lo sabes?

 Porque supongo que nosotros no somos diferentes, cuando ese sentimiento de soledad nos inunda, cuando pedimos socorro… sentimos que algo que nos escapa… ¿qué sera? ¿Una parte de nosotros?... Quizás… Pero en el fondo, llegan unos brazos amigos, te dan un abrazo y hacen que recuperes un trocito de ella, o crea una parte nueva…

Lo gracioso es que no necesito nada, no necesito cosas materiales, solo una presencia… lo demás carece de importancia si esa persona, ese amor (del que aún dudo) está a tu lado,  acariciándote sin darse cuenta como dos imanes que se atraen sin poder remediarlo. Pero si te soy totalmente sincera lo que más me sorprenden de esos momentos o de aquellos que puedan parecerse, es lo grabados que se quedan en la memoria, ni un fuego intenso en la piel conseguiría el mismo resultado, porque cualquier olor parecido te transporta a otro lugar, a ese en que aquel beso te hizo palpitar el corazón más rápido, a aquel amor (si se puede llamar así aunque, si alguien como yo, tiene duda diré que se le pudo parecer) que trastocó todo, que se llevó todo, que hizo que tu mente dejara de imaginar y se pusiera a vivir…

 Quiero otro beso dulce, otro beso de chocolate… a ser posible de alguien que me demuestre que el amor puede existir de verdad, que me devuelva ese sentimiento que te llena y que hace que sientas que puedes volar…

Aunque claro, igual mi imaginación ha vuelto y me hace pensar en mariposas que no existen, que no existieron y que jamás existirán.

Si alguien encuentra la fe que algún día perdí, dile que comente en este muro incomentable, que  la meta en una botella y que la lance al mar y de alguna forma llegará otra vez a mi .

Quizás el problema es que… sencillamente ya no confío ni en mi misma.

Sueños rotos


Era temprano, un domingo cualquiera, solo que esta mañana mi despertador biológico me había sacado de mis sueños antes de llegar a soñarlos. Acurrucada en esta cama vacía pasaban las horas, el calor que mi propio cuerpo me acunaba mientras mil pensamientos se enroscaban en mi mente, liándose y desliándose solos, haciéndome agudizar esa sensación de desasosiego cuando esas mariposas vuelven a mi estómago y descubro que tú ya no estás abrazándome, aferrándote a mí como el niño pequeño se aferra a su peluche por miedo a que se escape pero es, más tarde, él, quien madurando, le deja. Llegó un momento que me harté de esta sensación y que solo quería correr, caminar, gritar, respirar aire fresco, unirme al paisaje verde, quizás irregular… me levanté de un salto, dejando la cama tal cual, me lavé la cara, me puse un vaquero y una camiseta y cogí las llaves del coche con la inmediata necesidad de sentir la libertad. 
Y conduje sin sentido, no sabía a dónde me dirigía pero el solo contacto con el volante, pisar el acelerador mientras escuchaba la música, hacía sentir toda esa sensación extraña que poco antes se había apoderado de mi. Llegué a un valle, rodeada de árboles, aparqué y me puse a caminar. Otra vez con la música en mis oídos pues para mí la soledad más absoluta se encuentra en el silencio, caminé, caminé y seguí caminando. Llegué a lo alto y desde allí, sentada en una piedra pude ver el mar de niebla, recordando ese amanecer que ya una vez había visto desde otra piedra cercana a esta. Me enamoré de la belleza del paisaje, quizás rudo, quizás manipulado y herido por la mano humana pero, sin duda, hermoso, lleno de diferentes tonalidades de verde que llenaban mis ojos y mi alma de una vaga esperanza. Pero al rato me cansé y, en mi rareza, eché de menos el mar, mojar mis piernas cuando viene la marea y sentir las agujas por la frialdad del agua, meterme poco a poco, pero lo suficientemente rápido para no prolongar ese sufrimiento de las agujas clavándose en cada músculo de mi cuerpo, y entonces empezar a nadar, sumergirme, sentir como se enfrían mis pensamientos, como se congela mi corazón y respirar al fin libre. Tomé la decisión, bajé la montaña, me caí un par de veces señalando mis piernas con rasguños pero no importaba. Llegué al coche embarrada pero en mi cara se iba dibujando una pequeña sonrisa que hacía tiempo que no aparecía, al menos, no de verdad. Arranqué y dejé ir a mis manos y pies, viendo señales, tomando direcciones sin saber muy bien a donde ir exactamente, pero sabiendo que fuera donde fuera sería costa. Y me encontré sacando la mano por la ventanilla, creando olas como una cría pequeña, me sentí liberándome, cada vez pesaba menos, a cada minuto que pasaba algo se liberaba y llegué a una pequeña cala. No me molesté en quitarme la ropa, quizás a causa de la locura que aquel día necesitaba, fui mojando mis pies, mis manos y finalmente empecé a nadar, buscando la libertad que un pez tiene en el agua.

Dice el ladrón...

Todos los ladrones esperan con locura su último gran golpe.

Ese que les cambia la vida, que les permite jubilarse, vivir la buena vida y olvidarse de ese pasado delictivo. Ese golpe en el que se la juegan todo pero… ese en el que todo lo que arriesgan lo pueden ganar.

 La pregunta que me asalta es que, ¿qué haces cuando toda tu vida has sido un ladrón?

Seguirás siendo ladrón, al igual que el médico seguirá tratando a los que estén a su alrededor, al igual que un maestro no podrá evitar corregir un error. Me pregunto si todos los enamorados buscan con ansia ese gran golpe, ese gran beso con el que se puedan jubilar, con el que se puedan acostumbrar, con el que puedan vivir día tras día… esa persona que les agradezca su amor, esa persona que lo comparta, quizás otro enamorado, y ya sean dos que para siempre, como el ladrón vivan entregados a su profesión: la de querer y ser queridos.

 Lo han estado buscando tanto tiempo que ya no serán capaz de dejarlo escapar, lo guardarán anudado en la gargantilla que cuelga cerca de sus corazones, lo guardaran con paz, casi sin guardarlo.

gotas


Sentada en el borde de aquel muelle, de aquel día tan gris nada podía borrar la sonrisa que reinaba en mi rostro.
Veía las gotas de lluvia jugar con la superficie marina, con aquella masa de agua que normalmente descansaba en paz justo en aquella zona.
Miraba al mar y veía tus ojos, no sé el motivo pues no son ni del mismo color, ni de la misma belleza... pues nada se puede comparar con ellos, nada se puede comparar con la luz que demuestran cuando miras a aquello que quieres.
Mas tu a mi lado te encuentras, pero no mediamos palabras y sigo absorta en mis pensamientos, mirando hacia delante...
Me da por levantarme, bajar a la playa (y tu vienes conmigo), descalzarme, sentir la arena en la planta de los pies... una sensación que hasta que te conocí odiaba... pero contigo todo es diferente... caminé directa a la orilla y me senté en la arena mojada dejando que mis pies se mojaran, de vez en cuando, con las olas que iban y venían... tú allí seguías.
Se me hacía difícil dar por concluida aquella tarde, se me hacía imposible decir una palabra.
Dicen que amas a alguien cuando estar en silencio no resulta incómodo... sino un paraíso. No estoy de acuerdo, pero tampoco en desacuerdo. 
En aquel momento sabía que palabra tenía que decir y, quizás, era el motivo de que se prolongase cada vez más y más el silencio...
Te quedaste en la orilla mientras me quité los pantalones y me quité la camiseta para ir metiéndome, poco a poco, en el agua gélida de aquella primavera.
Sintiendo el frío del agua en todo mi cuerpo y las gotas de la lluvia cayendo sobre mi cara me di cuenta que por más que prolongara la situación... el momento tenía que llegar.
Sumergí todo mi cuerpo en el agua, aguanté hasta quedarme casi sin aliento y salí de aquel mar que jamás volvería a significar lo mismo.
Me dirigí, contigo, hasta la cueva que tanto nos gustaba, en la que tanto habíamos vivido... como aquel primer beso después de tanto tiempo soñandolo...
Y olvide el silencio:
"Te quiero. Te quiero desde que... desde antes de darme cuenta de que te quería. Te quiero desde que tú entraste... en mi vida.
No puedo poner precio a los momentos que viví contigo pues sin duda, son inmejorables e inolvidables.
Hoy estamos aquí, otra vez. Donde todo empezó. Imposible olvidar aquel día de verano en el que nos tiramos desde las escaleras porque la marea estaba muy alta y nos metimos en la cueva inundada y juntos, muy juntos, cerca, muy cerca, felices, muy felices, enamorados, muy enamorados, juntamos por primera vez los labios.
Si bien es verdad, que hoy el agua está en su nivel normal, sigo enamorada como la primera vez, no estoy tan feliz porque... aunque esta sonrisa todavía no se borre... no lo hace porque son mis últimos momentos junto a ti.
Odio que esto sea un monólogo... odio que tu no puedas decirme adiós, cogerme entre tus brazos y darme un beso... pero quizás... si eso fuera así... si tuvieras que hacer eso... odiaría aun más que odio esta despedida el adiós que me darías.
Nunca olvides que te quiero... como el primer día"

Tras esas palabras enteras, sin lágrimas entre ellas... destapé la urna, y con mi mano derecha, en aquella en la que todavía llevaba el anillo... cogí un puñado de ti... un puñado de tus cenizas y las deposité en aquella roca esperando que el agua viniese a por ellas... el resto... las depositó el viento poco después sobre la superficie de ese agua inundada por pequeños puntos, pequeños lunares provocados por la lluvia. Mientras por primera vez en la tarde, una lágrima las acompañaba.

Shhhh


Igual no tiene sentido contarte un secreto a voces, pero quizás tiene el valor que esas acciones escondidas en el fondo del mar tienen una vez descubiertas a la luz de un submarinista perdido.
Igual no tiene sentido gritarte lo que te he susurrado un trillón de veces, pero perdona si es la única manera que encuentro de decirte que el cielo es azul y que así me creas.
Igual no tiene sentido tocarte, acariciarte como si fuera la primera vez pero es que cada vez es distinta como distinta es cada una de tus miradas.
Igual no tiene sentido explicarte nada porque quizás cuando tu dedo roce mi nariz, notarás como mi cuerpo responde, como lentamente se me pone la carne de gallina, como mi mirada se vuelve tierna y como aparece una sonrisa en mi boca.
Igual no tiene sentido que leas estas líneas pues no sabes su razón. Igual no tiene sentido que yo las escriba porque las intento demostrar día a día.
Igual no tiene sentido que cada beso que me robaste, que me robas y que me robarás este guardado en ese fondo del mar por descubrir.