Reflexiones del asiento trasero

“Cuando era pequeña pocas veces me sentía más feliz que esos viernes cuando mi madre me sentaba en la parte trasera de mi skodita y me llevaba al pueblo. Claro que por aquel entonces llamaba “Katie” al coche y simulaba que tenía voz robótica. 
Hoy ya no soy tan pequeña pero repito el mismo proceso. No he querido conducir. No he querido conducir el coche que me niego a que todos los demás conduzcan pero, simplemente, no me veía capaz. Todo el mundo se ha extrañado de mi reacción, de ceder las llaves y sentarme en el mismo asiento que me lleva alojando desde que era una renacuaja. 
Parecen no entender que no quiero ser yo la que me acerque a la realidad. Si, reconozco que no es una postura valiente pero es que, simplemente, no  quiero ser yo la que me lleve a la Iglesia, la que nos lleve a todos a una despedida. Prefiero no ver el paisaje, prefiero no dar cada curva del camino sabiendo que cada una que doy, es una menos y que antes llegará el momento. Simplemente prefiero cerrar los ojos, concentrarme en esta pantalla y verme allí como si fuera obra y arte de la magia.

Recuerdo que cuando era niña, los viernes llegaba a casa con una sonrisa de oreja a oreja sabiendo que mi destino era ese paraíso natural, perdido de la mano de Dios, ese rincón donde yo era más yo… Siempre llegaba con mi piel blanca inmaculada, con mi sonrisa y mi ropa más vieja. Total… a los 5 minutos iba a estar llena de barro o de cosas peores.
Al principio, cuando era muy muy muy pequeña, era la única, la dueña de la casa. Así que solo, y sin queja, jugaba con todos los demás niños del pueblo. Horas y horas que pasé jugando a bote-bote (y no con pocos accidentes), a gusanillo  de colores y a las cartas en la plaza. Tantas horas que, sin saber cómo, yo volvía a casa morada  en vez de con mi tono blanco original.
Cuando tenía frío, siempre había alguien que me acompañaba con unas cartas a los pies de la escalera mientras el calor de la cocina de leña inundaba toda la casa…
Poco a poco, con el tiempo… fueron llegando los pequeñajos. Creo que nunca podrán ver el cariño que les tengo. A todos y a cada uno de ellos los cogí en brazos desde que eran pequeños.
Hay que reconocer que el mayor pasa de todo y nunca reconoce los sentimientos. Quizás porque es el papel con el que le han educado. De pequeño me tenía celos, cada vez que yo llegaba se escondía en el coche y se negaba a salir, pero después, se daba cuenta que dos nenos significaba trabajo compartido y más personas con las que jugar. Hoy, no hay celos, hay abrazos pero ahora desde abajo, que el “pequeñajo” me saca tres cabezas. 
No quiero describir aquí a cada uno de ellos, está claro que los quiero, que las más pequeñas me han robado el corazón y que, simplemente son mi familia.

Y lo son gracias, precisamente, a la persona a la que  hoy tengo que despedir. Irónicamente, esos juegos que te da el destino, hoy debería ser un día de celebración: “feliz cumpleaños güelita”

Nunca olvidaré lo que has hecho por mí, todas las charlas, todos los cuentos que me contaste, todas las “buenas noches, hasta mañana si Dios quiere”, todos los buenos días que me deseaste… ya fueran con dos o con veinte años… Cometí el error de pensar que eras invencible. Igual que una niña pequeña nunca pensé que pudieras irte tan pronto… 
Nunca te olvidaré, a gente como tú, gente que quiere tanto, que da tanto sin esperar nada a cambio se la lleva en el corazón para siempre.

En mi cabeza siempre estarán tus “eh, eh, habla más alto que parece que hablas para el cuello de la camisa”, tus “coñaaaaa”… y te puedo asegurar que llevo dos días, desde que te dí mi último beso, escuchándolas, paralizándome cada vez que vienen a mi mente.
Pero con el tiempo, no me paralizarán… me recordarán la gran suerte que tuve de encontrar una familia que no me dio la sangre…”

Muchas palabras más podrían dedicarse a una persona como tú, muchas más. Pero pocas más sinceras como aquella tarde lluviosa de camino a un adiós.

La semana pasada me quedé mirando un cuadrado que pone tu nombre y me volví a paralizar. Nos paralizamos todos los que estábamos allí presentes porque, entre otras cosas, nos dimos cuenta que son siete meses sin ti.

Pero no quiero pensar en el tiempo que he pasado sin ti, solo quiero agradecer los 20 años que has estado a mi lado, cuidándome... y, aunque no creo en muchas de las cosas que tú creías, solo espero que en algún lugar estés viéndome orgullosa, porque trataré de hacerte sentir así.


Siempre te querré Güelita.