Me desperté aturdida, un montón de gente a mi alrededor que me agobiaban preguntándome si estaba bien y un chico que no paraba de proyectar la luz de una pequeña linterna hacia mis ojos.

-"¿Estás bien?"-Me preguntó- "¿Cómo te llamas?"

"¿Cómo me llamo?... Una buena pregunta" Iba pensando...

-"Yo...yo....yo... yo........ no sé. No sé cómo me llamo."- Logré contestar.

Aunque no supiera cómo me llamaba sabía perfectamente como me sentía. Era feliz, estaba enamorada, no sabía de quien, no recordaba cómo era pero recordaba la fuerza del querer que le tenía, no sentía si él me correspondía pero sabía que aquello era de verdad.
Asustada por la fuerza del sentimiento ya que, aún era capaz de echarle de menos sin recordar mi propio nombre, rompí a llorar.

El chico que me observaba preocupado me preguntó si me dolía algo y no pude explicarle la impotencia de no poder recordar, de sentir pero sin saber por qué, de llorar incluso sin conocer los motivos de tus lágrimas...

No sé cómo pero volví a la inconsciencia y allí sumergida soñé con amplios bosques, con largas caminatas, con cuestas que añoraban a alguien que bajase por ellas a velocidades semejantes a las que una leona da caza........ y luego nada... sólo el ruido acompasado pi....pi....pi...pi...pi... y abrí poco a poco los ojos y me encontré rodeada de unas máquinas que medían mi pulso, pero el asiento vacío al igual que mi memoria.
El chico joven que antes estaba en la calle apareció al rato y murmullo unos tecnicismos que yo conocía bien pero a los que no presté mucha atención... excepto a uno... amnesia irreversible...

Según el solo quedaba esperar que alguien denunciase mi desaparición y me encontrasen allí y que hasta ese momento yo era una Jane Doe.

Pasaron los días y los días, después las semanas y las semanas, hasta llegar a pasar un mes y medio... Yo ya en un apartamento alquilado nuevo, con una vida nueva... un trabajo... sin amigos todavía... pero la sensación de que me faltaba él aunque ni su cara ni su nombre, ni el mío tampoco me viniesen a la mente.

Un día caminando alguien me tocó el hombro...
"¿Eres tú Elena?"

Me quede sorprendía, no recordaba mi nombre pero... Elena me resultaba familiar.

"No... no... no lo sé" Apenas pude contestarle a la joven chica de ojos azules que tenía en frente.

Su cara de aturdimiento cuando le confesé que no lo sabía no tenía precio, creo que pensaba que le estaba tomando el pelo.
Le expliqué que hacía un tiempo un extraño me había empujado en la calle y que había tenido una mala caída pues me había golpeado contra la esquina de un banco la cabeza y había perdido la memoria.
Ella poco a poco pareció empezar a comprender y me explicó que ella era Lucía, mi cuñada y que todos estaban muy preocupados por mí porque desaparecer así no era típico de mí pero que casualmente el día antes de desaparecer habían encontrado un texto en una libreta encima de la cama en el que escribía que esta vida no tenía sentido sin el amor y que eso no lo tenía si él no estaba.
Me llevó a mi casa, la cual empecé a reconocer, me quedé de piedra al ver nuestra foto, una foto de bodas… era él sin duda, ese rostro familiar, ese rostro que busqué tantas veces sin saber que necesitaba encontrar… pero… entonces caí en la cuenta de las frases que Lucía me había dicho que yo había escrito. “La vida no tiene sentido sin el amor y eso no lo tenía si él no estaba”…
Le pregunté que significaban, que dónde estaba él… y descubrí que aquella tarde de Navidad de hacía poco menos de dos meses, él había salido de casa a por mi sorpresa y aquel borracho se lo había llevado por delante.
En ese preciso momento deseé no haber vuelto a recordar, seguir sintiendo el amor aunque con angustia de no saber a quién amaba, pero seguir sintiéndolo, en vez de sentir aquella tristeza que cada vez iba a menos hasta llegar al frío vacio.

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